La Torre y el Árbol
La hoguera de las historias.
Siempre de vuelta a la espiral de las mismas imágenes, de las mismas escenas, una y otra vez. Quiero salir, quiero liberarme de todas estas imágenes que me asaltan una y otra vez, una y otra vez. El bosque oscuro, nocturno, y esa gran hoguera donde arden miles de historias inacabadas que yo mismo escribí. Las cenizas servirán de abono para el Gran Árbol en el centro de este Mundo. Pero el Gran Árbol ya ha crecido.
Es, a la vez, Torre y Árbol.
¿Cómo puede ser dos cosas a la vez?
En este mundo de mundos, en este mundo maleable, todo es posible. Las cosas pueden ser muchas cosas, a la vez. Como el mundo de las hadas, de los Sidhe, miles de disfraces, de transformaciones. Pero la esencia. La esencia nunca cambia.
Con esas manos, día tras día, noche tras noche, edifiqué mi torre. Piedra a piedra. Y en cada piedra grabé una Runa de esta nueva lengua. En cada piedra hay una historia, una canción, un portal. Una Realidad.
Árbol y Torre crecieron, juntos.
¿Quién fue primero, el Árbol o la Torre?
El problema del huevo y de la gallina. No hay torre sin árbol, y no hay árbol sin torre. Y en el pie de ambos, las cenizas de las viejas historias, de aquellos mundos que nunca terminé pero que ahora sirven de abono y de cemento para lo que ahora crece, sin límites, hacia ese nuevo firmamento bañado por ese Sol femenino, y por ese hombre lunar de ojos grises.
Tsukuyomi y Amaterasu.
El hombre de la Luna es caprichoso, salvaje, nómada. Recorre los páramos, levanta y apacigua las mareas, enciende y apaga los corazones.
La mujer del Sol es generosa, nos da la vida, es sedentaria. Recorre los cielos en su carro, su luz nunca mengua, su abrazo nunca se detiene. Somos nosotros, que en ocasiones intentamos zafarnos de ella.
Porque hay veces que queremos negar la luz, que queremos huir de ella. Hoy quiero medrar lejos de tu luz, en el cobijo salvaje y aullante de la noche, en el crepitar de la hoguera, en lo más alto de mi nueva torre, rodeado por una lengua que todavía desconozco, pero que aprendí en algún lugar, en algún tiempo, en alguna vida.
Hoy necesito la soledad, encaramado sobre la inmensidad del Bosque que ha crecido desde el Centro de mi mundo: frutos del Nuevo Árbol, del Eje del que todo nace.
Pero ahora solo veo un gran bosque oscuro que late con vida, con una vida fálica, extravagante. Siluetas, sombras, se mueven, crecen, se reproducen. Veo danzas en corros en algunos prados. Y, como respondiendo a la canción, las rocas crecen desde el interior de la tierra. Las siluetas se convierten en piedra. Piedras danzantes.
¿Qué significa todo esto?
El acto de abrir Portales. Abrir Portales a otros mundos que han sido cerrados por milenios. Quiero abrir los Portales y unir los mundos que han estado separados y aislados durante tanto tiempo. Hasta ahora, solo la ficción ha sido puente imperfecto entre mundos. La ficción y el arte. Pero la ficción y el arte aún tienen esa contaminación del mundo en el que estamos anclados.
Ancla.
Quiero levantar el ancla y explorar mundos, de verdad. Quiero enloquecer. Quiero romper la cuerda que me une al puerto de esta Realidad y zarpar.
Zarpar.
Cabalgar.
Abrir el camino.
Con la Espada.
Con la quilla
de este barco.
Cortar, atravesar los velos, la niebla que espanta al viajero.
Luz en la niebla. Luz azul.
La luz de la magia.
—-
Si estáis aquí esperando una historia corriente, os llevaréis una decepción. No hay historia. Esto no es un libro, una narración, una vida, una línea, un camino. De A a B, de B a C. Conflicto, obstáculo, transformación. Aquí hay soledad, silencio, grillos, búhos. Poco a poco, estoy edificando mi nueva torre junto al árbol que crece, vigoroso, con la fuerza de mis cenizas. No sé aún absolutamente nada. Me paseo por la Sala Alta de la torre, la Sala Oval. Y con la Magia de la imaginación, todo está siendo dispuesto. Las grandes estanterías con libros, y el Octágono de Portales, los Ocho Portales, que llevan a los Nodos de la infinidad de mundos, fractales de historias que se expanden hacia el infinito.
A través de estos Portales me transformo y me convierto en quien debo convertirme. Máscaras, danzas, música, ritual. Después de ello, vuelvo a la torre, observo el mundo desde aquí y veo qué ha cambiado en él. Pues, tras cada viaje, el Mundo de mundos se transforma, crece, se expande. Así es cómo copulan los mundos entre sí. Mis mundos.
La llave
Había perdido la noción del tiempo. Fue aquella noche extraña. Todo había empezado con aquella grande y vieja llave. Una llave negra, cubierta de musgo. Sucedió durante una noche con mucho viento. Nunca supo si fue el viento o unas manos que tocaban a la ventana. Nunca lo supo. Pero fue eso lo que lo despertó. Bam, bam! Luego, un ruido metálico que cae al suelo. Y, le pareció, una distante risita. Se despertó con el corazón disparado. Le faltaba el aliento. No podía respirar.
Todo se había esfumado. Todo. La noción de lugar, la noción de su propia identidad. Solo aquel ruido en la ventana. Y el viento. Eso era todo lo que existía.
¿Quién soy? ¿Dónde estoy?
Temiendo perder la razón, fue corriendo hacia la ventana. Con manos temblorosas la abrió, sacó la cabeza al viento, a la gélida lluvia. Y respiró con fuerza. Y fue aquella respiración. Sí, el efecto de aquella respiración. Todo volvió a él: su nombre, Finne; la casa de campo, de su infancia, a la que se había mudado el día anterior; su vida que se había desmoronado, la montaña de dibujos, cómics, historias sin terminar, agolpados en cajones y que se resistía a abandonar. Mantuvo la respiración durante unos segundos, como si quisiera, con ello, mantener su propia alma. Dejar que su esencia se expandiera por todo su cuerpo. Quiero recordar, quiero volver. Finalmente, suspiró. Un humo blanco, una neblina, salió de su boca y se expandió en el aire gélido de invierno. Ascendió hacia aquel firmamento repleto de estrellas.
Cuando su mirada se fijó en el firmamento, viendo como el humo de su suspiro ascendía hacia las estrellas, fue la primera vez que se dio cuenta que algo extraño estaba sucediendo. Desde pequeño conocía bien las estrellas y las constelaciones. En realidad, cualquiera con una muy básica noción del cielo se habría fijado: el cielo había cambiado. Las constelaciones eran distintas. Entrevía dibujos en el cielo. Pero eran nuevos personajes, nuevas historias. Y allí, donde debía haber una luna blanca y llena de cráteres, ahora pendía una luna azul, ligeramente más pequeña, pero que latía de forma casi imperceptible, viva, aquosa. El ojo resplandeciente y azul de una joven bonita. Tenía esa retirada.
Esto es un sueño lúcido. Sí, lo es.
Cerré los ojos y me imaginé tendido en la cama. Imaginé las sábanas bajo mi cuerpo, mullidas. Por un momento, sentí que mi cuerpo despertaba, se anclaba. Pero el ancla pareció resbalar en el fondo del océano y no encontró lugar donde engancharse.
Abro los ojos. Y, con sorpresa, vuelvo a ver esas nuevas constelaciones y esa Luna azul. Me miro las manos. Las lineas de mis manos no han cambiado. Los mismos ríos y afluentes.
De mis manos, mis ojos fueron a parar hacia el suelo, a los pies de la ventana. Allí había algo oscuro que se recortaba con la luz azulada, íntima, de la Luna. Lo agarré con una mano. Fui a encender una vela y coloqué el objeto bajo su luz anaranjada.
Una llave grande, repleta de musgo.