La Quintaesencia

De vuelta a casa, lo primero que hice fue abrir el Libro Verde. Allí, ante mí, aparece el primer dibujo y los primeros escritos que había canalizado con aquella tinta, aquel pincel y aquella pluma que me había encontrado en los cajones. No sabría decir si el dibujo lo hice yo, o no. Lo mismo que aquellas palabras. Al principio parecía que yo lo componía, pero luego, mi mano empezó a trabajar a solas, desligada de mis pensamientos. Y, como me pasaba en aquel extraño pueblo, terminaba perdiéndome. Me despertaba. Y, ante mí, se encontraba un dibujo y una escritura que se me aparecían como familiares y ajenas.

Algo me posee, durante un tiempo.

Y ese algo es esta joven. Lo veo en sus ojos dorados. Aparece constantemente en mi arte, en mis escritos. Y, cuando lo hace, ella invade mis sentidos y mi arte se transforma. Pero no me siento manipulado ni perdido. Al contrario. Siento un goce que me llena, que rebosa, como un caldero mágico que rebosa una magia que nunca se termina. Una abundancia que es abundancia en sí misma.

Ella conoce el significado, el secreto, el misterio de las cosas. La princesa del laberinto, la cuerda dorada, el Camino del Templo Dorado, la Quintaesencia.

Luego, agarré la pluma-varita y pronuncié estas palabras:

Enséñame la Espiral
de visiones que rodean
lo que estoy buscando.

Acto seguido, visualicé aquella plaza del mosaico. Los cuatro árboles. Y aquel tocón central, el gran árbol. Sobre él, un pequeño templete rojo, con un tejado a dos aguas.

Coloqué la pluma sobre el papel en blanco. Vacío mi mente de pensamientos, de emociones, de todas las corrientes, mareas, vientos. Veo una noche estrellada, sin Luna. Poco a poco, mi mano se mueve y empieza a dibujar un gran Árbol Dorado en el centro de un claro. Luego, un árbol en cada punto cardinal. Los Cuatro Árboles están conectados al gran Árbol del centro por cuatro pasarelas blancas. Veo unos hombres y mujeres con túnicas, en procesión hacia el Árbol Dorado.

Y ahí se termina la primera visión. Se detiene la pluma.

Allí donde ahora se encuentra el Tocón, se alzaba un gran árbol dorado. Pero quienes son estas gentes? Hay algo en estos hombres y mujeres, con esas túnicas de color esmeralda, que es, a la vez, inhumano y más humano que los humanos. Hay una contradicción. Una paradoja.

Nosotros fuimos ellos, en la antigüedad.

Lo he escrito bajo esta visión.

Entonces, mi pluma se dirige hacia otro lugar en blanco, y dejo que más visiones se apoderen de mí. Veo un bosque de cristal, cristales de cientos de azules distintos. Cuando el viento sopla en esos cristales, suenan unas preciosas melodías. Cada una de ellas distinta a la otra pero, a la vez, pertenecen a la misma Canción. Tiro del hilo de la música, de la cuerda y, por fin, llego a la aldea. Mi mano dibuja la Aldea, el Pueblo del bosque que últimamente he visitado. Allí, en el centro del pueblo, en el templo donde antes se alzaba el Árbol Dorado se encuentra alguien, alguien que está atrapado.

Ese alguien está tocando una lira. Como siempre, cuando intento desentrañar el misterio de forma directa, solo veo oscuridad, no se me permite ir más allá. Me gustaría ver qué se esconde en el templo, quién está tocando la lira, pero no puedo.

Escucha bien.

Mi mirada se dirigió hacia ella, hacia la poseedora del Misterio. Misterium Conjunctionis. Con una mano pinta los mundos con su Pluma. Con la otra sostiene una esfera. Sus ojos dorados están fijos en el dibujo. Pero, poco a poco, se alzan. Me miran, con intensidad. Penetran mis iris e iluminan mi interior. Nada puede esconderse de su mirada. Me siento desnudo, vulnerable. Abrumado por la calidez de esta mirada soleada, de mediodía.

Escucha bien – vuelve a repetir.

Me quedé en silencio y escuché. Los grillos, un búho, a lo lejos. La brisa que mece los árboles, los arbustos, los helechos que rodean mi casa. Pero todos estos sonidos empezaron a esfumarse, a hacerse más y más lejanos. Hasta que me encontré en un silencio absoluto, como en el interior de las entrañas de la tierra. La cueva primordial, del origen. Útero, ombligo. Me encuentro suspendido entre mundos, un círculo de piedras entra en mi visión. Lo veo con mi tercer ojo. Doce piedras. Yo estoy en el centro, sentado en la posición del loto.

Y cuando mi mirada se dirige a las doce piedras, veo como cada una de estas piedras es el Centro de doce piedras más. Y así hasta la eternidad.

Este es el Centro del Universo.

Y fue en este silencio, cuando escuché la lira.