Me quedé mirando al hombre de la túnica verde. Lo estoy mirando ahora mismo. Cuando lo miro, todo su cuerpo se cubre de plantas, de musgo, de flores, de pájaros. En sus ojos brilla un fuego incandescente. Tiene unos guantes de color rojo y una espada que tiene hincada en el suelo. Me mira, sólido. Hay una majestad y un salvajismo en su mirada. Luego, veo que está cabalgando a través de los bosques. Dejo que las imágenes se sucedan, libremente. Es un bosque negro, con forma de espiral. Los pájaros también vuelan en esta dirección. Huele a cuero, a caza. Dentro de la cabaña, junto al fuego, se suceden las historias. El hombre de la túnica verde está tocando el laúd, y bajo su barba poblada de plantas, de musgo, de flores, sale la voz más preciosa y más majestuosa que he escuchado jamás. Luego, un coro de hombres en la Casa. La Casa es ahora un Palacio. Él está en el centro de un Gran Salón. La espada en el suelo. Doce hombres cantan al unísono.
Él es quien trajo el fuego con sus flechas y su carcaj. Él fue quien incendió la aldea, la venganza del bosque personificada en él. Él fue quien vino acompañado de los lobos, en aquella noche ventosa, en aquella gran nevada. Aullaban los lobos, y los corazones se helaban. Pero él es también quien vino con los pájaros cantores, el Señor que nos invitó a la Isla de la Juventud en el Centro del Lago Escondido. Él es quien va de caza, quien secuestra a niños y poetas. Solo los niños y los poetas se mantienen cuerdos cuando escuchan su voz. Los demás, enloquecen. Porque la locura es esa gran cascada, repentina, inhumana, gritos de cacería, de caballeros espectrales que se aparecen en los bosques negros. Las danzas enloquecidas de las hadas que se transforman en súcubos. Pero para el poeta y para el niño, los gritos de cacería son pájaros de colores, trinos y tañidos de arpa, y las danzas de las hadas, preñadas de belleza y de una pureza y una dicha inexplicables, entre las colinas, las jigas y violines.
Hubo una erupción desde el centro de la tierra, una erupción roja, terrible, la lava salió disparada hacia el cielo. Pero cuando cayó sobre la tierra, ya no era lava, sino una cortina azulada, una especie de lluvia etérica. Un joven de pelo negro está en el centro de un prado y alza los brazos y deja que todo este Éter caiga sobre él. El joven se transformó en un lago y el lago dio a luz a una isla. Y, en el centro de la isla, un gran Árbol. Y sobre el Árbol, con una gran sonrisa, el mismo joven, las piernas colgando de una rama, mirando las estrellas. Abajo hay una gran fiesta. Hombres y mujeres danzan, con gran fervor y alegría, alrededor del Árbol y cantan al Hombre del Árbol. Himnos de agradecimiento, por la fertilidad de la Tierra.